En una mañana fría, con las gotas de lluvia en la ventana y todavía de noche, yo dormía en mi habitación serena y silenciosa, cuando a las 4:15 am como de costumbre en algunos días de la semana, el despertador con su sonido agudo empieza a anunciar que es “el comienzo de un nuevo día”.
Somnolienta y con los ojos pesados comienzo a estirar mi cuerpo, mis manos se extienden lentamente por el rededor de la cama, abandonando paulatinamente ese lecho que cuido de mi sueño por el trascurso de esa noche.
Camino por la casa, mientras que mis ojos se abren encendiendo pocas luces que me enceguecían y guiando los pasos lentos que me conducen a la cocina, tomó un poco de agua mientras prendo el calentador para posteriormente dirigirme a esa ducha donde el agua contemplara mi cuerpo cálido y perezoso, en una pelea entre el sueño y el despertar.
Después de una ducha tibia, salgo del baño, dirigiéndome así el cuarto, mientras que mi mira se detiene en aquel reloj de pared, mostrándome que desde ese momento tenía el tiempo exacto para vestirme, peinar, maquillarme, en total todos aquellos hábitos rutinarios, antes de dirigir hacia la puerta para tomar rumbo a esas calles frías, solas y lluviosas.
Son las 5:15, mis pasos se hace rápidos hacia la estación de metro, aquel transporte masivo, donde a esa hora, se ven pocas personas llenas de frío y somnolientos, que toman el mismo rumbo a la iniciación de su nuevo día laboral. Subo al Metro, me siento y comienzo a pensar en el nuevo día que voy a comenzar, mis que aceres, mis obligaciones entre otras cosas, de aquella jornada que van a rodear mi vida.
De estación en estación voy llegando a mi parada, la estación San Antonio, observo que tantas personas saldrán en esta estación, porque como de costumbre la congestión se vuelve en el estrujón de aquella mañana, para poder salir hacia la línea B, que me llevara a mi destino final la estación Suramérica.
Desciendo de la estación ya viendo el amanecer, comienzo a caminar entre semáforos, personas y carros, hacia la clase que comenzara a las 6 en ese recinto de conocimiento y aprendizaje, llamado la universidad.
Somnolienta y con los ojos pesados comienzo a estirar mi cuerpo, mis manos se extienden lentamente por el rededor de la cama, abandonando paulatinamente ese lecho que cuido de mi sueño por el trascurso de esa noche.
Camino por la casa, mientras que mis ojos se abren encendiendo pocas luces que me enceguecían y guiando los pasos lentos que me conducen a la cocina, tomó un poco de agua mientras prendo el calentador para posteriormente dirigirme a esa ducha donde el agua contemplara mi cuerpo cálido y perezoso, en una pelea entre el sueño y el despertar.
Después de una ducha tibia, salgo del baño, dirigiéndome así el cuarto, mientras que mi mira se detiene en aquel reloj de pared, mostrándome que desde ese momento tenía el tiempo exacto para vestirme, peinar, maquillarme, en total todos aquellos hábitos rutinarios, antes de dirigir hacia la puerta para tomar rumbo a esas calles frías, solas y lluviosas.
Son las 5:15, mis pasos se hace rápidos hacia la estación de metro, aquel transporte masivo, donde a esa hora, se ven pocas personas llenas de frío y somnolientos, que toman el mismo rumbo a la iniciación de su nuevo día laboral. Subo al Metro, me siento y comienzo a pensar en el nuevo día que voy a comenzar, mis que aceres, mis obligaciones entre otras cosas, de aquella jornada que van a rodear mi vida.
De estación en estación voy llegando a mi parada, la estación San Antonio, observo que tantas personas saldrán en esta estación, porque como de costumbre la congestión se vuelve en el estrujón de aquella mañana, para poder salir hacia la línea B, que me llevara a mi destino final la estación Suramérica.
Desciendo de la estación ya viendo el amanecer, comienzo a caminar entre semáforos, personas y carros, hacia la clase que comenzara a las 6 en ese recinto de conocimiento y aprendizaje, llamado la universidad.
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